martes, 28 de febrero de 2012

El corazón de arena de Mener

Behemot. La tierra de los tres pilares hace al fin público su blog, y qué mejor forma de hacerlo que dando comienzo a la descripción de una de las seis naciones que componen el mundo de Aleiea.

En esta entrada publicamos la primera parte del relato sobre el pueblo de Méner. Disfrutadla:

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Al sur de mar de Basara, donde da comienzo el brazo del gran río Usir, se extiende una tierra desértica, inhóspita y hostil. Una tierra que, al igual que sus gentes, conoció un pasado floreciente, donde campos verdes y fértiles invitaban al reposo. Es la tierra de Mener, hogar de un imperio que antaño fue la cabeza  de toda Aleiea, pero que ahora busca recuperar un pasado glorioso, olvidado bajo centurias de arena.

Mener conserva las huellas del gran imperio que fue.  En la desembocadura del Usir se ubica la poderosa ciudad de Kush. Sus gigantescos obeliscos son visibles desde kilómetros de distancia, y sus templos dedicados a los dioses siembran la ciudad con una altivez que deja boquiabiertos a los visitantes. Kush todavía conserva la fertilidad de sus campos, bañados por las crecidas del Usir. Pero más al sur las ciudades han sucumbido al empuje del desierto, que avanza imparable enterrando pueblos enteros.  Pero la arena no es un hecho casual, sino una representación del olvido mismo, el avance inmisericorde de un castigo a la soberbia menérea.

Hace muchos años, Mener fue la nación más poderosa de todas. Sus ejércitos conquistaban la tierra a placer, y sus barcos surcaban el mar de Basara con la confianza de quien se cree dueño de todo cuanto se le antoja. Los menéreos disfrutaban de un imperio de plenitudes, porque adoraban al dios adecuado. Cuentan las leyendas, que tras la guerra de dinastías que se llevó a cabo en las esferas celestiales, uno de los dioses meneros cayó derrotado al mundo de los mortales. Allí, disfrazado de hombre, recibió la hospitalidad de los menereos y consiguió recuperarse. Cuando ascendió a los cielos de nuevo, aquel dios quiso premiar al pueblo que le había salvado de la destrucción total, amparándolos como sus hijos predilectos. Éste fue el inicio del imperio de Méner.

Sin embargo, los menéreos se volvieron orgullosos, y en su comodidad, olvidaron el nombre del dios al que debían dedicar sus rezos. Entonces, aquel dios benefactor montó en cólera y retiró su mano protectora. La nación comenzó su lento declive, una agonía que avanza como las arenas del desierto, secando todo a su paso.  Los menereos, al ver que habían perdido el favor de su dios, hicieron todo lo posible por recuperarlo. Pero ya era demasiado tarde, habían olvidado su nombre para siempre. Desesperados, se inclinaron a todas las deidades que conocían. Todavía hoy lo hacen, buscando recibir el perdón del Dios Benefactor, rogando por que regresen las bendiciones, para que Mener vuelva a ser la poderosa nación que fue.

No obstante, los menéreos no han perdido su carácter altivo. Saben que pertenecen a un imperio que en otro tiempo no tuvo rival, y creen firmemente que volverán a recuperar la gloria perdida. Para un menéreo, las demás naciones nunca alcanzarán la magnificencia que tuvo Mener, por mucho que se esfuercen en intentarlo.  Por esa razón, Mener es el único lugar en el que todavía se permite la esclavitud. Cuando el pueblo Nuan llegó hasta ellos, creyendo que habían encontrado el paraíso, los menéreos les hicieron ver que estaban en lo cierto.  Méner era el paraíso, y sus gentes dioses a los que reverenciar, de modo que los esclavizaron a todos...

Continuará.